viernes, 22 de abril de 2016

Historia y Vida en torno al Golpe Cívico-Militar del 24 de Marzo de 1976

El texto que sigue fue escrito en Mayo 2014 en vistas de la préparation de un libro bilingüe que la comunidad de Franceses en Argentina preparaba para el 40° Aniversario del 24 de Marzo de 1976.
A un mes de pasado ese aniversario y no teniendo noticias de la difusión del libro hago pública la contribución por la que fui solicitado para contar mi experiencia personal.
La intención del escrito era dirigirme, de manera sintética, a gente que quizás no conociera los ríos subterráneos de nuestra historia, así como a las nuevas generaciones de Argentinos.

Historia y Vida en torno al Golpe Cívico-Militar
del 24 de Marzo de 1976

Por Eduardo Paveto
1)     Historia
Esto que escribo lo hago para quienes por edad o por vivir en Argentina desde hace sólo algunos años, si bien pueden conocer los hechos en torno del golpe de estado del 24 de Marzo de 1976, no pueden acceder fácilmente a lo que puede ser no solo las razones sino también los sentimientos que le están ligados.
Trataré de reflejar una reflexión histórica de algo trágico, y sin embargo hermoso por la esperanza en que se vivía, así como un reflejo de lo cotidiano y común o banal. Y no solo lo banal que puede ser un criminal torturador, sino lo banal que puede ser militar por la causa del pueblo, sin heroísmo necesariamente.
Se pueden poner diversos puntos de partida a esta historia. Yo la pongo en el golpe del 16 de Septiembre de 1955, en lo que fue llamada la Revolución Libertadora que puso término de manera cruenta a un gobierno democrático que hizo mucho por los más necesitados integrándolos en el desarrollo productivo y humano de la Argentina de esa época (1945 – 1955). Esa experiencia de gobierno fue dirigida por el General Juan Domingo Perón, acompañada por una persona que dio su vida por el amor a su pueblo y el proyecto llevado a cabo por Perón, Evita.
Podría decirse paradójico el nombre de Libertadora justamente un proceso político que de diversas maneras se prolongó casi 18 años, cercenando los derechos políticos (proscripción de Perón y el partido Justicialista y encarcelamiento de una gran cantidad de dirigentes y funcionarios de gobierno), y la libertad de expresión (clausurando y censurando diarios y revistas) y donde opinar a favor del peronismo no solo fue un delito sino un oprobio social y profesional de facto.
Esto dio nacimiento a un movimiento de resistencia, llamada genéricamente la Resistencia Peronista, que evocaba la resistencia francesa al ocupante Nazi. A parte de sindicalistas, empezó a organizarse desde muy temprano la Juventud Peronista. Los actos violentos eran sobretodo simbólicos como deterioro de instalaciones de ferrocarriles o eléctricas, escritos murales, manifestaciones relámpagos donde las bombas molotov se usaban para hacer un precinto de protección más que otra cosa o campañas de explosiones más estruendosas que destructivas, pero multiplicadas algunas veces por centenas en una misma noche de conmemoración del 17 de Octubre (fecha fundacional del Peronismo en 1945) para mostrar la masividad de esa resistencia, y siempre evitando muertes.
De punta a punta de ese proceso de 18 años la democracia fue cercenada en Argentina, yendo desde las elecciones constituyentes de 1957 organizadas por el gobierno de facto de la Libertadora donde los votos en blanco fueron mayoritarios, hasta la primera oportunidad de elección presidencial de 1973 donde el peronismo ganó en primera vuelta con del 49,48%, pasando por varias elecciones parciales en que el proscripto Partido Peronista usaba un partido “muleto”, Unidad Popular, que terminaban desestabilizando la pseudo-institucionalidad nacional con el triunfo de sus candidatos como en 1962 para la gobernación de la Provincia de Bs. As. o las Legislativas de 1965 que, no siendo toleradas por el sistema,  culminó en el golpe del 28 de Junio de 1966 del General Onganía autodenominada Revolución Argentina y popularmente conocida como Onganiato.
Durante todos esos años de resistencia, el proyecto por una emancipación Popular y Nacional se desarrolló, nutriéndose de las experiencias de otros pueblos como el programa del Consejo Nacional de la Resistencia de Francia, las luchas del pueblo argelino con el FLN, la nacionalización del Canal de Suez que expuso al mundo la existencia de un movimiento Pan-Árabe, Laico y Progresista, y las gestas de resistencia y liberación de China con Mao-Tse-Tung , Vietnam con Ho-Chi-Min y Cuba con Fidel Castro, entre muchos otros.
O sea que, dentro de un movimiento nacional y popular como el peronista, uno podía sentirse solidario y hermanado con los pueblos en lucha, una forma no dogmática de internacionalismo, pero bien real. De la misma forma que nacía en el espíritu de la resistencia el ideal de un proyecto socialista no dogmático inspirado en la libertad y bienestar de los pueblos. Así de simple.
Esas experiencias se desarrollaron a un punto en que el objetivo era acorralar políticamente a los militares y las elites explotadoras, ejerciendo una violencia popular en respuesta al uso sistemático de la violencia de los golpes militares y la represión permanente. Experiencia que finalmente fue coronada por el retorno de un gobierno popular el 11 de Marzo de 1973, cuando fue elegido democráticamente el Dr. Héctor Cámpora.
Ese proceso emancipador, con altos y bajos, creció de forma tal que pasó a constituir un peligro real para los intereses dominantes en Argentina y para el dominio geopolítico de EE. UU. en la región. Y ese peligro estaba constituido principalmente por los sectores de la  izquierda peronista, que se estructuraban a través de organizaciones de masas como la Juventud Peronista, la Organización Político-Militar Montoneros y toda las corrientes populares y progresistas a través de un acercamiento político-electoral de las Juventudes de varios partidos políticos que, yendo camino a constituir un frente político, podían llegar a tener un peso decisivo en la cercana elección presidencial de Mayo de 1977. Los sectores dominantes, ante este peligro y tomando en cuenta la experiencia infructuosa de 18 años de proscripción al peronismo decidieron golpear de forma definitiva.
La estrategia fue dejar fomentar el caos político y económico del gobierno de Isabel Perón (elegida Vicepresidenta de su esposo Juan Perón el 23 de Septiembre de 1973 y sucediéndolo tras su muerte) de manera que el golpe se transformara en algo aceptable y hasta deseable para un sector importante de ciudadanos.
El nombre del proceso que se abre con este golpe de estado es “Proceso de Reorganización Nacional” que se inspira en el período histórico conocido como de Organización Nacional que va de 1852 a 1880. Esto da fácilmente dos pistas. La primera fue evidente inmediatamente, que es la de pertenencia del proceso al proyecto de las clases dominantes argentinas que en un país Periférico (del Tercer Mundo) están subordinadas al Imperio de turno (Centro o Primer Mundo).
La segunda, y que caracterizó este golpe militar en particular, fue la de exterminio de todo aquel que perteneciera de cerca o de lejos a ese proceso emancipador para imposibilitarlo por largo tiempo. Exactamente como pasó en 1852 con el derrocamiento de Rosas y posteriores años de aniquilamiento de diversas fuerzas federales, exterminando sanguinariamente toda resistencia como fue la sufrida por los seguidores de caudillos populares como el Chacho Peñaloza o Felipe Varela que conducían las llamadas montoneras del interior. Una vez cumplida está sucia tarea de exterminio político, el país vivió sin resurgencias populares hasta 1916.
Así nació la idea de aplicar de manera integral la política de terror inscrita metódicamente en la Doctrina de Seguridad Nacional, hija tanto del Ejército Francés de Ocupación en Argelia como de la Escuela de las Américas de EE. UU.

2)     Vida
1963, elecciones presidenciales en que el peronismo está proscripto y Arturia Illia, de la Unión Cívica Radical del Pueblo, es elegido con 23% de votos. Le pregunto a mi viejo: Pa, ¿a quién votaste? Me mira y señala con su dedo el cielo raso blanco. Por supuesto, un peronista votaba en blanco mientras hubiera proscripción.
Tenía 10 años, y promediaba la escuela primaria. El maestro dice en clase que Rosas fue un tirano sanguinario. Yo le digo que no sé si es cierto porque a mí me parece que Rosas era alguien que se ocupaba del bienestar de la gente y de defender la Argentina de los ingleses y franceses. El maestro, un poco incómodo, pero con espíritu amplio, al fin de cuentas, dice a la clase que hay alguna gente que piensa así y que seguramente mis padres me contaron eso. Y ahí queda todo. Era el año 1965 y el Twist y los Beatles se ponían de moda.
1970, coche nuevo y contentos yendo para el Centro un Sábado por la mañana. Ir al restaurante y luego al cine a ver una de guerra o de piratas. De repente, yendo por Av. Leandro Alem veo los muros sobre La Recova, y lo mismo en el edificio del Correo Central. Y le pregunto a mi viejo: Che, ¿Qué son todos esos agujeros en el revoque de los muros? ¡Hay por todos lados! Y mi viejo me cuenta lo de los tiros con ametralladoras pesadas en Septiembre del ’55. Y llegando a Plaza de Mayo me muestra los mármoles marrones de la fachada del edificio del Ministerio de Economía lleno de agujeros, algunos muy gruesos. ¿Ves Eduar? Esos los hicieron los Marinos con los aviones cuando ametrallaron y bombardearon Plaza de Mayo en Junio del ’55. ¡Bombas de ¼ de tonelada! ¡La tierra temblaba bajo tus pies!
Ya tenía 15 años y mi formación política estaba hecha. ¡Tenía frente a mí la presencia de la historia a 15 años de distancia!
Luchar por una suerte de socialismo, por la cogestion en las empresas y esas cosas puede ser una opción política. Pero luchar contra los que impiden la democracia, la libertad, y que favorecen la explotación para que los mismos de siempre se enriquezcan esparciendo la miseria a diestra y siniestra, me parecía una obligación política. Incluso una opción de vida vista todas las frustraciones que uno arrastraba en la historia. Porque sintiéndome inevitablemente concernido, sentía la historia de mi país como mi propia historia personal.
Bueno, la opción de tomar partido era simple: no hacerlo me daba vergüenza.
Yo “viví” la resistencia contra las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807, la Revolución de Mayo de 1810, la tragedia del fusilamiento de Dorrego en 1820, el orgullo de la batalla de La Vuelta de Obligado y todo lo que siguió, hasta los últimos golpes militares.
Así que tomé partido por los sindicatos que luchaban por los salarios, condiciones de trabajo, la vuelta de Perón. No importaban si eran clasistas o no, sí me importaba que no fueran traidores a la causa del pueblo. Para mí los sindicalistas que traicionaban eran tan enemigos como las elites dominantes o los militares represores y golpistas.
Y veía que junto a los militares estaban empresarios, economistas, curas y jueces. Pero también veía que ese frente homogéneo que aseguró la dominación se resquebrajaba. Y aparecieron jóvenes militares que opinaban distinto, abogados que defendían presos políticos y empresarios que luchaban por desarrollar una industria nacional brindando salarios correctos y empleo, y curas que luchaban con los pobres en las villas miserias.
Y así, desde mi lugar, cuando en 1970 en la secundaria el libro de clases de Educación Democrática decía boludeces sobre “La Segunda Tiranía (Perón)” y lo malo que eran los “fenómenos de masa” y cosas como que la Democracia se definía por el “respeto de las minorías”, cuando aún las mayorías estaban todavía proscritas, yo di mi opinión “rebelde” al profe.
Y ahí se armó el revuelo. No tanto por el profe, que tenía un espíritu abierto, sino con varios de mis compañeros de clase. Y ahí me di uno de los gustos más grandes, porque conocía el pasado y sabía contestar y argumentar.
Y el oprobio social estaba cerca de cambiar de bando ya que la batalla cultural se estaba ganando poco a poco. Eran épocas en que la historia oficial hecha por los vencedores estaba cuestionada y surgía poco a poco la verdadera historia. Y esa nueva historia era la mía. Y sentía que la historia futura, esa que se estaba haciendo al día a día me pertenecía, yo me sentía ser parte de la historia presente y futura.
Y como yo, miles, muchos otros. Y algunos luchaban con las armas en la mano porque la idea era que siempre el poder se impuso por la violencia y se necesitaba una violencia de abajo para quitarle a las elites ese dominio absoluto de lo arbitrario.
Y así uno por su cuenta, con su opinión en la escuela, juntándose con amigos para pintar consignas por la vuelta de la democracia, que en Argentina se traducía con “Perón Vuelve” y luego formando parte de grupos políticos orgánicos y más adelante en la Universidad, todo fue una sucesión lógica de la vida de alguien que quería construir un país para la felicidad propia, de los suyos y de la mayoría del pueblo, todo eso iba de par. Y con mucha normalidad terminabas siendo un militante político.
Y así te encontrabas con muchos jóvenes, compartiendo el trabajo político en una agrupación como la Juventud Universitaria Peronista y uno ahí estaba cuando el golpe se acercaba. Compañeros eran secuestrados, primero pocos (como lo que dice el texto atribuido al Bertolt Brecht) quizás lejos, en otras ciudades. Se desestabilizaba gobernaciones en algunas provincias. Y había que responder a eso desarrollando más políticas, organizando a los estudiantes para darle sentido al estudio que uno hacía para construir un país nuevo, construir alianzas con las fuerzas afines.
Y poco a poco la represión se acercaba, y quedaba siempre la vergüenza de abandonar, así que uno seguía adelante. Y seguir militando tenía para mí, ya para finales de 1975 tres elementos importantes: siempre la vergüenza para mí mismo, pero también la vergüenza frente a mis compañeros que sería como abandonarlos, y sobre todo no dejarse vencer por el miedo.
El miedo no es algo que se supera, pero es algo que “se entiende”. Y yo entendía que abandonar la lucha por culpa del miedo era darle la victoria al enemigo por anticipado. Yo no sabía sinceramente como me comportaría si caía en las manos de la represión, ya para la época bastante salvaje. Pero siempre me dije que, si era real el riesgo de entregar a compañeros por la tortura, abandonar la lucha por anticipado era regalarles una victoria sobre mí. Y no estaba dispuesto a regalarles esa victoria. O sea, algo bastante lejos del heroísmo me impulsaba a seguir la lucha.
Y así llegó el golpe. Escuchaba la radio sin dormirme la noche del 23 de Marzo, hasta que por eso de las 2 de la mañana se escuchó el primer bando militar. La política de terror absoluto y sin fin ocupaba el país a lo ancho y a lo largo.
Unos meses después mi mejor amigo fue secuestrado y para esa época varios compañeros de la JUP de mi Facultad de Ciencias Exactas también habían sido secuestrados. La agrupación se desarmó y luego de pasar 3 años de vida clandestina y sin militancia práctica posible terminé saliendo del país para vivir en Francia con el estatuto de refugiado político.
Para mí esa experiencia fue verdaderamente liberadora, y mis pesadillas fueron por algunos años soñar que estaba en Argentina.
Entre 1979 y 1983 milité por la solidaridad con la lucha contra la dictadura y en la denuncia de las violaciones a los derechos humanos. La lucha por los Derechos Humanos no fue para mí algo solamente de dimensión moral sino una lucha política concreta, como podía ser la solidaridad contra los atropellos al Pueblo Palestino o la mayoría negra que sufría la política de Apartheid en Sudáfrica. Tres regímenes, el argentino, el israelí y el sudafricano que constituían un cartel reaccionario presente con consejeros y armas en luchas emancipadoras como la de Angola o El Salvador en aquellos años.
Y esa es la lección. La lucha es la misma y la violencia que los poderes dominantes ejercen esta graduada según el riesgo de pérdida de sus privilegios. Y así, desde Gramci pude entender que los intereses económicos pueden estar muy camuflados por dominios culturales e ideológicos, así como los conflictos geo-estratégicos de dominio pueden buscar solo la inviabilización de poderes alternativos a los imperios, haciendo más oscura la lectura de los intereses económicos en juego.
Eso me enseñó la historia y la vida.