El texto que sigue fue escrito en Mayo 2014 en vistas de la préparation de un libro bilingüe que la comunidad de Franceses en Argentina preparaba para el 40° Aniversario del 24 de Marzo de 1976.
A un mes de pasado ese aniversario y no teniendo noticias de la difusión del libro hago pública la contribución por la que fui solicitado para contar mi experiencia personal.
La intención del escrito era dirigirme, de manera sintética, a gente que quizás no conociera los ríos subterráneos de nuestra historia, así como a las nuevas generaciones de Argentinos.
Historia y Vida en torno al Golpe Cívico-Militar
del 24 de Marzo de 1976
Por Eduardo Paveto
1) Historia
Esto que
escribo lo hago para quienes por edad o por vivir en Argentina desde hace sólo
algunos años, si bien pueden conocer los hechos en torno del golpe de estado
del 24 de Marzo de 1976, no pueden acceder fácilmente a lo que puede ser no
solo las razones sino también los sentimientos que le están ligados.
Trataré de
reflejar una reflexión histórica de algo trágico, y sin embargo hermoso por la
esperanza en que se vivía, así como un reflejo de lo cotidiano y común o banal.
Y no solo lo banal que puede ser un criminal torturador, sino lo banal que
puede ser militar por la causa del pueblo, sin heroísmo necesariamente.
Se pueden poner
diversos puntos de partida a esta historia. Yo la pongo en el golpe del 16 de
Septiembre de 1955, en lo que fue llamada la Revolución Libertadora que puso término
de manera cruenta a un gobierno democrático que hizo mucho por los más
necesitados integrándolos en el desarrollo productivo y humano de la Argentina
de esa época (1945 – 1955). Esa experiencia de gobierno fue dirigida por el
General Juan Domingo Perón, acompañada por una persona que dio su vida por el
amor a su pueblo y el proyecto llevado a cabo por Perón, Evita.
Podría
decirse paradójico el nombre de Libertadora justamente un proceso político que
de diversas maneras se prolongó casi 18 años, cercenando los derechos políticos
(proscripción de Perón y el partido Justicialista y encarcelamiento de una gran
cantidad de dirigentes y funcionarios de gobierno), y la libertad de expresión
(clausurando y censurando diarios y revistas) y donde opinar a favor del
peronismo no solo fue un delito sino un oprobio social y profesional de facto.
Esto dio
nacimiento a un movimiento de resistencia, llamada genéricamente la Resistencia
Peronista, que evocaba la resistencia francesa al ocupante Nazi. A parte de
sindicalistas, empezó a organizarse desde muy temprano la Juventud Peronista.
Los actos violentos eran sobretodo simbólicos como deterioro de instalaciones
de ferrocarriles o eléctricas, escritos murales, manifestaciones relámpagos
donde las bombas molotov se usaban para hacer un precinto de protección más que
otra cosa o campañas de explosiones más estruendosas que destructivas, pero
multiplicadas algunas veces por centenas en una misma noche de conmemoración
del 17 de Octubre (fecha fundacional del Peronismo en 1945) para mostrar la
masividad de esa resistencia, y siempre evitando muertes.
De punta a
punta de ese proceso de 18 años la democracia fue cercenada en Argentina, yendo
desde las elecciones constituyentes de 1957 organizadas por el gobierno de
facto de la Libertadora donde los votos en blanco fueron mayoritarios, hasta la
primera oportunidad de elección presidencial de 1973 donde el peronismo ganó en
primera vuelta con del 49,48%, pasando por varias elecciones parciales en que
el proscripto Partido Peronista usaba un partido “muleto”, Unidad Popular, que
terminaban desestabilizando la pseudo-institucionalidad nacional con el triunfo
de sus candidatos como en 1962 para la gobernación de la Provincia de Bs. As. o
las Legislativas de 1965 que, no siendo toleradas por el sistema, culminó en el golpe del 28 de Junio de 1966
del General Onganía autodenominada Revolución Argentina y popularmente conocida
como Onganiato.
Durante
todos esos años de resistencia, el proyecto por una emancipación Popular y
Nacional se desarrolló, nutriéndose de las experiencias de otros pueblos como
el programa del Consejo Nacional de la Resistencia de Francia, las luchas del
pueblo argelino con el FLN, la nacionalización del Canal de Suez que expuso al
mundo la existencia de un movimiento Pan-Árabe, Laico y Progresista, y las
gestas de resistencia y liberación de China con Mao-Tse-Tung , Vietnam con Ho-Chi-Min
y Cuba con Fidel Castro, entre muchos otros.
O sea que,
dentro de un movimiento nacional y popular como el peronista, uno podía sentirse
solidario y hermanado con los pueblos en lucha, una forma no dogmática de internacionalismo,
pero bien real. De la misma forma que nacía en el espíritu de la resistencia el
ideal de un proyecto socialista no dogmático inspirado en la libertad y
bienestar de los pueblos. Así de simple.
Esas
experiencias se desarrollaron a un punto en que el objetivo era acorralar políticamente
a los militares y las elites explotadoras, ejerciendo una violencia popular en
respuesta al uso sistemático de la violencia de los golpes militares y la
represión permanente. Experiencia que finalmente fue coronada por el retorno de
un gobierno popular el 11 de Marzo de 1973, cuando fue elegido democráticamente
el Dr. Héctor Cámpora.
Ese proceso
emancipador, con altos y bajos, creció de forma tal que pasó a constituir un
peligro real para los intereses dominantes en Argentina y para el dominio geopolítico
de EE. UU. en la región. Y ese peligro estaba constituido principalmente por
los sectores de la izquierda peronista,
que se estructuraban a través de organizaciones de masas como la Juventud
Peronista, la Organización Político-Militar Montoneros y toda las corrientes
populares y progresistas a través de un acercamiento político-electoral de las
Juventudes de varios partidos políticos que, yendo camino a constituir un
frente político, podían llegar a tener un peso decisivo en la cercana elección
presidencial de Mayo de 1977. Los sectores dominantes, ante este peligro y
tomando en cuenta la experiencia infructuosa de 18 años de proscripción al
peronismo decidieron golpear de forma definitiva.
La
estrategia fue dejar fomentar el caos político y económico del gobierno de
Isabel Perón (elegida Vicepresidenta de su esposo Juan Perón el 23 de
Septiembre de 1973 y sucediéndolo tras su muerte) de manera que el golpe se
transformara en algo aceptable y hasta deseable para un sector importante de
ciudadanos.
El nombre
del proceso que se abre con este golpe de estado es “Proceso de Reorganización
Nacional” que se inspira en el período histórico conocido como de Organización
Nacional que va de 1852 a 1880. Esto da fácilmente dos pistas. La primera fue
evidente inmediatamente, que es la de pertenencia del proceso al proyecto de
las clases dominantes argentinas que en un país Periférico (del Tercer Mundo)
están subordinadas al Imperio de turno (Centro o Primer Mundo).
La segunda,
y que caracterizó este golpe militar en particular, fue la de exterminio de
todo aquel que perteneciera de cerca o de lejos a ese proceso emancipador para
imposibilitarlo por largo tiempo. Exactamente como pasó en 1852 con el
derrocamiento de Rosas y posteriores años de aniquilamiento de diversas fuerzas
federales, exterminando sanguinariamente toda resistencia como fue la sufrida
por los seguidores de caudillos populares como el Chacho Peñaloza o Felipe
Varela que conducían las llamadas montoneras del interior. Una vez cumplida
está sucia tarea de exterminio político, el país vivió sin resurgencias
populares hasta 1916.
Así nació la
idea de aplicar de manera integral la política de terror inscrita
metódicamente en la Doctrina de Seguridad Nacional, hija tanto del Ejército
Francés de Ocupación en Argelia como de la Escuela de las Américas de EE. UU.
2) Vida
1963,
elecciones presidenciales en que el peronismo está proscripto y Arturia Illia,
de la Unión Cívica Radical del Pueblo, es elegido con 23% de votos. Le pregunto
a mi viejo: Pa, ¿a quién votaste? Me mira y señala con su dedo el cielo raso
blanco. Por supuesto, un peronista votaba en blanco mientras hubiera
proscripción.
Tenía 10
años, y promediaba la escuela primaria. El maestro dice en clase que Rosas fue
un tirano sanguinario. Yo le digo que no sé si es cierto porque a mí me parece
que Rosas era alguien que se ocupaba del bienestar de la gente y de defender la
Argentina de los ingleses y franceses. El maestro, un poco incómodo, pero con
espíritu amplio, al fin de cuentas, dice a la clase que hay alguna gente que
piensa así y que seguramente mis padres me contaron eso. Y ahí queda todo. Era
el año 1965 y el Twist y los Beatles se ponían de moda.
1970, coche
nuevo y contentos yendo para el Centro un Sábado por la mañana. Ir al
restaurante y luego al cine a ver una de guerra o de piratas. De repente, yendo
por Av. Leandro Alem veo los muros sobre La Recova, y lo mismo en el edificio
del Correo Central. Y le pregunto a mi viejo: Che, ¿Qué son todos esos agujeros
en el revoque de los muros? ¡Hay por todos lados! Y mi viejo me cuenta lo de
los tiros con ametralladoras pesadas en Septiembre del ’55. Y llegando a Plaza
de Mayo me muestra los mármoles marrones de la fachada del edificio del
Ministerio de Economía lleno de agujeros, algunos muy gruesos. ¿Ves Eduar? Esos
los hicieron los Marinos con los aviones cuando ametrallaron y bombardearon
Plaza de Mayo en Junio del ’55. ¡Bombas de ¼ de tonelada! ¡La tierra temblaba
bajo tus pies!
Ya tenía 15
años y mi formación política estaba hecha. ¡Tenía frente a mí la presencia de
la historia a 15 años de distancia!
Luchar por
una suerte de socialismo, por la cogestion en las empresas y esas cosas puede
ser una opción política. Pero luchar contra los que impiden la democracia, la
libertad, y que favorecen la explotación para que los mismos de siempre se
enriquezcan esparciendo la miseria a diestra y siniestra, me parecía una
obligación política. Incluso una opción de vida vista todas las frustraciones
que uno arrastraba en la historia. Porque sintiéndome inevitablemente
concernido, sentía la historia de mi país como mi propia historia personal.
Bueno, la
opción de tomar partido era simple: no hacerlo me daba vergüenza.
Yo “viví”
la resistencia contra las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807, la Revolución de
Mayo de 1810, la tragedia del fusilamiento de Dorrego en 1820, el orgullo de la
batalla de La Vuelta de Obligado y todo lo que siguió, hasta los últimos golpes
militares.
Así que
tomé partido por los sindicatos que luchaban por los salarios, condiciones de
trabajo, la vuelta de Perón. No importaban si eran clasistas o no, sí me
importaba que no fueran traidores a la causa del pueblo. Para mí los
sindicalistas que traicionaban eran tan enemigos como las elites dominantes o
los militares represores y golpistas.
Y veía que
junto a los militares estaban empresarios, economistas, curas y jueces. Pero también
veía que ese frente homogéneo que aseguró la dominación se resquebrajaba. Y
aparecieron jóvenes militares que opinaban distinto, abogados que defendían
presos políticos y empresarios que luchaban por desarrollar una industria
nacional brindando salarios correctos y empleo, y curas que luchaban con los
pobres en las villas miserias.
Y así,
desde mi lugar, cuando en 1970 en la secundaria el libro de clases de Educación
Democrática decía boludeces sobre “La Segunda Tiranía (Perón)” y lo malo que
eran los “fenómenos de masa” y cosas como que la Democracia se definía por el
“respeto de las minorías”, cuando aún las mayorías estaban todavía proscritas,
yo di mi opinión “rebelde” al profe.
Y ahí se
armó el revuelo. No tanto por el profe, que tenía un espíritu abierto, sino con
varios de mis compañeros de clase. Y ahí me di uno de los gustos más grandes,
porque conocía el pasado y sabía contestar y argumentar.
Y el
oprobio social estaba cerca de cambiar de bando ya que la batalla cultural se
estaba ganando poco a poco. Eran épocas en que la historia oficial hecha por
los vencedores estaba cuestionada y surgía poco a poco la verdadera historia. Y
esa nueva historia era la mía. Y sentía que la historia futura, esa que se
estaba haciendo al día a día me pertenecía, yo me sentía ser parte de la
historia presente y futura.
Y como yo,
miles, muchos otros. Y algunos luchaban con las armas en la mano porque la idea
era que siempre el poder se impuso por la violencia y se necesitaba una
violencia de abajo para quitarle a las elites ese dominio absoluto de lo
arbitrario.
Y así uno
por su cuenta, con su opinión en la escuela, juntándose con amigos para pintar
consignas por la vuelta de la democracia, que en Argentina se traducía con
“Perón Vuelve” y luego formando parte de grupos políticos orgánicos y más
adelante en la Universidad, todo fue una sucesión lógica de la vida de alguien
que quería construir un país para la felicidad propia, de los suyos y de la
mayoría del pueblo, todo eso iba de par. Y con mucha normalidad terminabas
siendo un militante político.
Y así te
encontrabas con muchos jóvenes, compartiendo el trabajo político en una
agrupación como la Juventud Universitaria Peronista y uno ahí estaba cuando el
golpe se acercaba. Compañeros eran secuestrados, primero pocos (como lo que
dice el texto atribuido al Bertolt Brecht) quizás lejos, en otras ciudades. Se
desestabilizaba gobernaciones en algunas provincias. Y había que responder a
eso desarrollando más políticas, organizando a los estudiantes para darle
sentido al estudio que uno hacía para construir un país nuevo, construir
alianzas con las fuerzas afines.
Y poco a
poco la represión se acercaba, y quedaba siempre la vergüenza de abandonar, así
que uno seguía adelante. Y seguir militando tenía para mí, ya para finales de
1975 tres elementos importantes: siempre la vergüenza para mí mismo, pero
también la vergüenza frente a mis compañeros que sería como abandonarlos, y
sobre todo no dejarse vencer por el miedo.
El miedo no
es algo que se supera, pero es algo que “se entiende”. Y yo entendía que
abandonar la lucha por culpa del miedo era darle la victoria al enemigo por
anticipado. Yo no sabía sinceramente como me comportaría si caía en las manos
de la represión, ya para la época bastante salvaje. Pero siempre me dije que,
si era real el riesgo de entregar a compañeros por la tortura, abandonar la
lucha por anticipado era regalarles una victoria sobre mí. Y no estaba
dispuesto a regalarles esa victoria. O sea, algo bastante lejos del heroísmo me
impulsaba a seguir la lucha.
Y así llegó
el golpe. Escuchaba la radio sin dormirme la noche del 23 de Marzo, hasta que
por eso de las 2 de la mañana se escuchó el primer bando militar. La política
de terror absoluto y sin fin ocupaba el país a lo ancho y a lo largo.
Unos meses
después mi mejor amigo fue secuestrado y para esa época varios compañeros de la
JUP de mi Facultad de Ciencias Exactas también habían sido secuestrados. La
agrupación se desarmó y luego de pasar 3 años de vida clandestina y sin
militancia práctica posible terminé saliendo del país para vivir en Francia con
el estatuto de refugiado político.
Para mí esa
experiencia fue verdaderamente liberadora, y mis pesadillas fueron por algunos
años soñar que estaba en Argentina.
Entre 1979
y 1983 milité por la solidaridad con la lucha contra la dictadura y en la
denuncia de las violaciones a los derechos humanos. La lucha por los Derechos Humanos
no fue para mí algo solamente de dimensión moral sino una lucha política
concreta, como podía ser la solidaridad contra los atropellos al Pueblo
Palestino o la mayoría negra que sufría la política de Apartheid en Sudáfrica.
Tres regímenes, el argentino, el israelí y el sudafricano que constituían un
cartel reaccionario presente con consejeros y armas en luchas emancipadoras
como la de Angola o El Salvador en aquellos años.
Y esa es la
lección. La lucha es la misma y la violencia que los poderes dominantes ejercen
esta graduada según el riesgo de pérdida de sus privilegios. Y así, desde
Gramci pude entender que los intereses económicos pueden estar muy camuflados
por dominios culturales e ideológicos, así como los conflictos geo-estratégicos
de dominio pueden buscar solo la inviabilización de poderes alternativos a los
imperios, haciendo más oscura la lectura de los intereses económicos en juego.
Eso me
enseñó la historia y la vida.